martes, 24 de abril de 2012

Cuando hablamos de equipo, liderazgo y cohesión.


En octubre de 1415, Enrique V, rey de Inglaterra, venció a la caballería francesa en la famosa batalla de Azincourt, ya dada de antemano por perdida debido a que poseía un ejército inferior en número de soldados y de armamentos. Sus hombres se encontraban en peor estado físico que los franceses, estaban agotados luego de caminar más de trescientos kilómetros debajo de la lluvia y el frío.

En esa situación aparentemente devastadora, en lugar de abandonar y retirarse del lugar, Enrique V colocó a su ejército en posición defensiva, sabiendo la realidad que les esperaba. Los ingleses eran menos, pero su rey, en vez de lamentarse, “los arengó” diciendo que ojalá fueran menos aún, porque serían menos a quienes les tocaría la gloria.
A pesar de esa dura realidad consiguió alentar a su ejército con una ejemplar estrategia. Para ello juntó a sus hombres parados hombro a hombro reconociendo la dura realidad de saber que se podía perder y morir. En lugar de quedarse en una situación defensiva parados esperando al rival, se ubicaron en el centro de la batalla defendiendo y atacando en todas las direcciones.

Enrique V se focalizó en el proceso de la lucha más que en su resultado y, a pesar de las desfavorables condiciones, el ejército de Inglaterra terminó triunfador. Pudo lograr que ese puñado de hombres cansados y desnutridos se pararan uno al lado del otro para luchar con todas sus fuerzas demostrando su grandeza. No importaba si ganaban o perdían, el objetivo era liderar a su ejército diciendo “intentemos hacer algo, ganemos o perdamos”. “El que no quiere ir con el corazón a la lucha, se podrá retirar con algunos escudos para el viaje. Lo que quiero es que se queden los que tengan el corazón puesto en la batalla. No quiero luchar con un hombre que tema morir”.

Para lograr su objetivo debía reconocer en cada persona el rostro de un luchador. Buscaba gente entusiasmada que se centrara en el proceso. Reconocía que cuando se peleaba solamente por obtener algún reconocimiento o algún escudo extra, la motivación era distinta. Sólo lucharía con todas sus fuerzas si tenían valores en común. Sin esa extra motivación no se lograría actuar voluntariamente con compromiso y actitud.

Los franceses poseían más de dos mil caballos galopando contra los ingleses. Sus hombres podían entrar en pánico corriendo por instinto para cualquier lado, como asimismo huir del campo de batalla si no poseen la voluntad de jugarse por un objetivo, por dejar “todo en la cancha”.

Podemos tener el mejor equipo y la estrategia perfecta para cada partido, pero sin la exacta motivación podemos fracasar. Enrique V les demostró que en esa batalla les esperaba la gloria, como realmente así sucedió.

Sólo podemos ser héroes si elegimos serlo. Un entrenador y un líder no pueden garantizar el resultado, el éxito, y para evitar el fracaso es necesario la motivación, la arenga y un plan estratégico proyectado en una meta en común.

Esa necesaria y sana adrenalina no debe surgir de acuerdo al nivel del adversario sino del instinto de superación de cada uno. Un equipo ganador juega de la misma manera con todos los contrincantes, porque esa energía y motivación no depende del que tengo enfrente sino de quien tengo adentro, de quien quiero ser.

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